Día mundial del SIDA: falta mucho por hacer
Cada 1 de diciembre, el Día Mundial del SIDA nos recuerda que la epidemia sigue siendo una amenaza global, a pesar de los avances logrados en décadas. Como la Organización de las Naciones Unidas (ONU) lo ha enfatizado, "el sida no ha desaparecido y, dada la situación actual, se necesita un nuevo enfoque transformador para mitigar los riesgos y ayudarnos a alcanzar nuestros objetivos". Esta advertencia no puede pasar desapercibida: es imprescindible exigir, tanto a nivel mundial como local, que las autoridades atiendan la crisis con la urgencia y la ambición que merece.
La realidad oculta de la epidemia en la actualidad.
A pesar de los avances revolucionarios en el tratamiento con terapia antirretroviral (TAR), que permite a las personas que viven con el VIH llevar vidas saludables, los datos siguen siendo alarmantes. En 2023, la ONU informó que más de 1,5 millones de personas se infectaron con el VIH —un número que no ha disminuido significativamente en los últimos cinco años— y que casi 650.000 personas murieron por enfermedades relacionadas con el sida. Lo más preocupante es que estas cifras no se distribuyen equitativamente: las comunidades más vulnerables —mujeres y niñas en países de ingresos bajos y medios, personas LGBTQ+, trabajadores del sexo, usuarios de drogas por vía inyectable y personas privadas de libertad— concentran más del 70% de las nuevas infecciones.
En México esta situación es delicada. De acuerdo con cifras que abarcan los años de 2014 y 2024 del Sistema de Vigilancia Epidemiológica de VIH 2024, se estima que actualmente hay alrededor de 160 mil personas portadoras de VIH en el país, de las cuales 140 mil son hombres y 25 mil mujeres. Estas cifras, que muestran una clara desigualdad en la distribución de la infección, invitan a reflexionar sobre la evolución de la epidemia en el país, los grupos más vulnerables y los retos que quedan por superar para alcanzar una respuesta equitativa y efectiva.
La proporción de hombres y mujeres entre las personas que viven con VIH es llamativa: casi el 88% son hombres, mientras que las mujeres representan apenas el 15,6%. Esta disparidad se ha mantenido en la última década y se relaciona con la naturaleza de la epidemia en México, que, según la ONU y el CENSIDA, es concentrada en poblaciones clave —entre ellas, hombres que tienen sexo con otros hombres, usuarios de drogas inyectadas, trabajadores sexuales y personas transgénero.
Entre 2014 y septiembre de 2024, se notificaron 166 mil 180 casos de VIH en el país, con un aumento notable en personas jóvenes de 20 a 34 años. Los estados con mayor registro durante este período fueron el Estado de México (11.1% del total), la Ciudad de México (8.7%) y Veracruz (8.2%). Si bien los datos preliminares de 2024 indican una ligera reducción en los nuevos diagnósticos en comparación con 2022 y 2023, la concentración en hombres y grupos vulnerables no ha disminuido.
En el caso de las mujeres, aunque su proporción es menor, también enfrentan retos específicos. La desigualdad de género, la violencia sexual y la falta de autonomía en sus decisiones de salud pueden aumentar su riesgo de infección. Además, en algunas regiones del país, el acceso a servicios de prevención y tratamiento es limitado, especialmente en áreas rurales o marginales.
A pesar de los retos que enfrentamos, México ha logrado avances significativos en la lucha contra el VIH en los últimos diez años. Gracias a la introducción de la terapia antirretroviral universal, muchas personas han podido controlar la infección y llevar una vida plena y saludable. Además, en 2024 dimos un gran paso al aprobar el uso de la auto-prueba de VIH, una herramienta que puede ayudarnos a detectar el virus a tiempo y reducir el estigma asociado a las pruebas en centros de salud.
Sin embargo, todavía quedan muchos retos por superar. Según datos del CENSIDA, solo 7 de cada 10 personas que viven con VIH en México conocen su diagnóstico. Esto significa que millones de personas siguen sin acceder al tratamiento que necesitan y pueden estar transmitiendo el virus sin saberlo. Además, la inversión en programas de prevención y tratamiento sigue siendo insuficiente, y la discriminación contra las personas que viven con VIH sigue siendo un problema generalizado.
Para transformar esta realidad, es fundamental adoptar políticas y programas que aborden las raíces profundas de la epidemia, como la desigualdad de género, el estigma y la discriminación. Además, debemos comprometernos a aumentar la inversión en prevención, detección temprana y tratamiento, garantizando que todos los servicios de salud sean accesibles, seguros y respetuosos de los derechos de cada persona. Solo así podremos construir un futuro más justo, inclusivo y lleno de esperanza para todos.






